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Crónica de un viaje

Los días del 23 al 25 de enero, viajé a Gijón para colaborar y participar en el inicio del proyecto común de dos personas.

Por un lado Hamu, un emprendedor valenciano, dinámico y multifacético, al que le encanta viajar. Su experiencia la pone al servicio de otras personas al montar su proyecto TURISMO ADAPTADO V3, cuyo objetivo es hacer posible a todo el mundo que lo desee, y en especial a personas con problemas de movilidad y/o diversidad funcional, que puedan viajar y realizar actividades al aire libre de una forma muy especial. Los servicios que ofrece son: la asistencia personal durante el viaje, en caso de necesidad, y la organización de todo o partes del viaje. De esta manera, Hamu puede ayudarte a viajar y también a buscar el transporte, el alojamiento y las actividades que deseas realizar. Os aseguro que tiene duende para encontrar ofertas y cuadrarlas en el calendario elegido.

La otra persona con la que he estado es Juan, director de OnTrack, una empresa de Gijón que entre otras cosas, dispone de 3 sillas oruga con las que es posible hacer una excursión a la nieve, a la montaña o a la playa de forma casi independiente para una persona con una tetraplejia como yo.

Juan es un estupendo anfitrión, muy generoso, cercano y con una gran visión al traer a España este tipo de sillas. Él ha hecho que nuestra estancia en Gijón haya sido un regalo.

Llegamos el jueves en avión desde Valencia, un trayecto cómodo de 1 hora en la que pudimos ver a través de las ventanillas el precioso paisaje de Asturias con sus montañas nevadas al sur, y sus pueblos costeros al norte. Juan nos recogió en coche y nos llevó a comer a unos de los restaurantes que están de moda en el mismo estadio de fútbol del Molinón. Desde allí, fuimos a ver la silla que utilizaríamos esa tarde para pasear por la playa de San Lorenzo. La primera impresión al ver “el tanque” es de asombro total, ¡vaya pedazo de silla! La puso en marcha en seguida y me dijo: «Venga, ¿te pasamos a ella? Vamos a probarla.»

Y salimos del hotel donde está expuesta para ir hacia la playa. La primera sensación es la de estar más alto de lo normal en una máquina muy robusta y aparatosa, que va más despacio que mi silla eléctrica pero aún así me impone respeto y cautela.

Una vez en la calle me comenta: «imagina que no hubiera rampa para cruzar, con esta silla puedes pasar por encima del bordillo ¿lo intentas?» Y ahí empiezan a salir mis miedos; a que me pueda caer o volcar la silla, a moverme demasiado porque no tengo estabilidad suficiente, pero él estaba ahí todo el rato, paciente, infundiéndome confianza y de vez en cuando cogía el joistick, manejaba la silla y me hacía pasar un obstáculo mientras yo me agarraba como podía y ponía cara de miedo y asombro a la vez. Qué gran sensación, la de que puedes pasar aunque haya barreras que parecen imposibles a primera vista. Y la facilidad con la que esta silla lo hace.

En la playa, te das cuenta de que la silla tiene mucha fuerza y que si te atreves puedes hacer cosas increíbles. De hecho con su ayuda, yo no me hubiera atrevido, subí una duna que para mí era una pared, o bajé y subí por un agujero enorme en la arena sin que la silla perdiera estabilidad. El hándicap en este caso es mi estabilidad del tronco porque me vencía hacia delante. Pero la silla cuenta con un chaleco arnés que me sujetaba bastante bien y que al día siguiente aún ajustamos mejor.

También estuvimos en otra parte de la playa, donde desemboca el río, que está llena de rocas. Allí pude comprobar cómo la silla se adapta a cualquier terreno y depende de tu osadía el que pases por un lugar u otro. Contemplar el paisaje y la ciudad desde aquí no es algo que hubiera podido hacer normalmente, por lo que mi perspectiva se ampliaba y eso me hacía sentir alegría. Además el aire en Gijón es muy limpio y ayudaba a oxigenar mis miedos. El apoyo de Juan y de Hamu, pendientes de mí, me hacía confiar un poco más.

Cuando volvimos a dejar la silla, al lado del hotel había una escalera de 5 ó 6 escalones, para mí un muro vertical y Juan me dijo: «- ¿te atreves a subirla?  Ni de coña, le respondí… – Pues esta escalera la hemos subido ya con la silla y se puede».

Mi inseguridad estaba por todo lo alto, así que de nuevo, él se puso a mi lado, con una mano cogió el mando de la silla y con la otra apoyada en el respaldo comenzamos a subir de lado, un escalón tras otro y la silla respondía estupendamente… Un subidón en toda regla y no solo de escalones… Hamu no había grabado la escena así que volvimos a hacerlo… Hubo un momento en que la silla dio un tirón y en la grabación que hizo Hamu, se ve cómo la cámara salta ya que él se asustó e hizo un gesto para ayudar… Gracias Juan por tus empujones y a ti Hamu por estar ahí. Me hicisteis sentir muy acompañado en esos momentos aún sintiendo la cantidad de inseguridades y miedos que todavía me quedan.

Esa noche conocimos a Ana, la mujer de Juan y dimos un paseo por el espigón, la plaza mayor y la playa de poniente, acabando en una sidrería donde bebimos unos culines de sidra y picoteamos algo antes de ir al hotel.

Nos encantó el paseo marítimo y nos sorprendió ver que a cualquier hora hay gente paseando o haciendo ejercicio. También fue asombroso comprobar cómo según la hora del día, se puede ver una playa grande de arena por la que la gente camina, los perros corren y juguetean o por el contrario todo cubierto de agua y las olas golpeando el muro porque la marea ha subido y lo ha inundado todo.

La mañana del viernes la aprovechamos para visitar la ciudad sin prisa. Desayunamos en la cafetería del hotel que está en el 9º piso del edificio con vistas a la playa. Después paseamos hasta las termas romanas al lado de la iglesia de San Pedro y caminamos por la playa de poniente al calor del sol, que nos acompañó una parte del día. Allí nos hicimos fotos en las letronas.

Cuando Juan nos llamó fuimos a comer a un restaurante típico una fabada riquísima y un cachopo (un filete de ternera empanado y relleno de queso) con un tamaño que asusta. De allí fuimos a recoger de nuevo la silla para ir a las afueras de la ciudad en la parte donde está la universidad. En la explanada probé la elevación de esta silla que te permite ponerte de pie y rodar. Hacía muchos años que no me levantaba. El hecho de no tener sensibilidad hizo que subiera muy poco a poco. No sé cómo están mis huesos, mis músculos o mis tendones y apoyarlos o estirarlos de golpe me daba miedo. Creo que no llegué a estirarme por completo porque mis piernas no lo hacen y bajé y subí varias veces por pequeños mareos en el cambio de posición. Y comenzamos la ruta de la tarde por una senda fluvial de uno de los arroyos del río Piles. Un paisaje precioso al que no podría acceder con mi silla. Este camino, frecuentado por senderistas, caminantes y ciclistas, tiene subidas, bajadas, accesos al agua y suficientes desniveles en el suelo para comprobar que la silla funciona de maravilla en estos terrenos. De nuevo Juan me empujó y ayudó a subir un terraplén que a mí me parecía imposible, mientras Hamu estaba pendiente y realizaba el reportaje fotográfico que queríamos hacer para documentar el viaje. En un saliente que se quedaba a orillas del riachuelo, volví a subir la silla aunque con mucha inseguridad para ver desde otra perspectiva el paisaje.

Después del paseo, fue Hamu el que probó la silla y él mismo comentó que hubo momentos en que sentía que se agarraba a ella algo más fuerte de lo normal. – Entiendo tus miedos – me dijo.

Acabada la tarde, fuimos a tomar algo para hacer balance de nuestro viaje y hablar de su proyecto común, que podría comenzar ofreciendo esta misma experiencia que yo he tenido a otras personas.

Nuestro vuelo a Barcelona salía a las 7 de la mañana y teníamos que estar en el aeropuerto sobre las 5 por lo que intentamos acostarnos prontito, cosa que no logramos. El viaje de vuelta no era directo, sino haciendo escala en la ciudad condal donde cogeríamos un tren hasta Valencia.

Encontramos personas muy atentas y cariñosas en los dos aeropuertos y en el avión. También en la estación de tren, aunque tuvimos un incidente con los billetes (cosa que es demasiado frecuente cuando se trata de viajar con silla de ruedas). Se compraron a través de internet y en ese momento se llamó por teléfono para comprobar que se había hecho de forma correcta. La sorpresa vino cuando en el servicio de atención al cliente nos dijeron que mi asiento estaba en el centro del vagón. Habían dado por supuesto que plegaría mi silla y me sentaría en una plaza cualquiera. Tras la sorpresa, las explicaciones y la incertidumbre, por suerte la plaza H para silla de ruedas estaba libre y pudieron reasignarla aunque se encontraba en el vagón de primera clase. Había que reasignar la plaza de mi acompañante sin cargo. En principio estaba libre pero es algo que debe saber y aprobar el revisor del tren. En la estación nos aseguraron muy amablemente que seguramente no habría problema, que intentarían hablar con él.

En el mismo tren una azafata nos volvió a repetir que todo estaba bien, pero cuando nos pusimos en marcha y el revisor nos pidió los billetes, nos dijo que mi plaza estaba reasignada pero que mi acompañante no podía estar ahí y debía ocupar su asiento en otro vagón. Tuvimos algunos momentos de palabras tensas, pero al final, a regañadientes se nos dejó viajar juntos, aunque pendientes de que alguien pudiera subir en alguna estación durante el viaje y reclamara la plaza.

Gracias a ese incidente, establecimos conversación con una mujer muy linda sentada a nuestro lado y eso nos permitió a los tres conocernos y compartir proyectos y visiones parecidas. Incluso es posible que nos lleven a alguna colaboración más adelante.

Y llegamos a Valencia, llenos de buena gente, de experiencias, de momentos lindos, de conversaciones constructivas y con ganas de darle forma a este proyecto que recién empieza.

Jesús García Bañegil

tangram silla

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